¡Qué duro es ser pobre!

Una de las frases que más sueles encontrar en foros y páginas diversas de debate en Internet es precisamente esa: «¡qué duro es ser pobre!». Cuando un fabricante presenta un nuevo modelo de reloj, o cuando ese modelo llega al mercado con un precio notorio, enseguida surgen comentarios de ese tipo: «¡que malo es ser pobre!».

También ocurre cuando estás leyendo una revista de relojes con unos amigos, o incluso uno mismo al recorrer sus fotos, en más de una ocasión no podemos evitar pensar: «¡si tuviera dinero!».

Se dice que alguien no apreciaba sus zapatos viejos, deseando ardientemente unos nuevos, hasta que vio a alguien que iba descalzo. No soy a salir con la socorrida frase de que «no apreciamos lo que tenemos», sino que voy a ir más allá: ni siquiera apreciamos lo que sí podemos tener. De hecho la mayoría de las veces anhelamos lo que no tenemos precisamente por eso: porque no lo podemos tener.

Artistas, futbolistas, políticos, y gente del mundo del espectáculo suelen experimentar la sensación contraria: no hay nada que les logre satisfacer. El placer, o la pasión por estrenar algo se ha convertido en un hábito del cual cada vez disfrutan menos. Son físicamente incapaces de disfrutar de lo más cotidiano porque viven de espaldas a la realidad del resto del mundo. De hecho viven otra realidad, una realidad fatua e inexistente propiciada por sus managers, sus casas de discos, sus clubs, con el único fin de que esa máquina de crear dinero no se de cuenta de nada. No se estropee. Pero nosotros… Pero nosotros, los hombres de a pie, los que «no tenemos nada», aún estamos a tiempo de darnos cuenta de ello y no caer presas del consumismo.

Muchas veces nos creamos necesidades ficticias con los relojes. Anhelamos un producto incalcanzable mientras tenemos otro parecido más cerca, más completo, y más barato. No tenemos por qué gastarnos cientos de euros por un reloj con caja de metal, y armis macizo, cuando en las líneas Outgear o Edifice de Casio lo podemos encontrar mucho más asequible y con las mismas especificaciones. Tal vez entonces lo que nos llame la atención sea la exclusividad. Pero ni para eso en Casio tienes por qué endeudarte. En todos los años que llevo entre relojes no he visto aún a nadie lucir un F-84W en su muñeca. Vestirlo significa (al menos en Europa y América) que no vas a encontrar a casi nadie con otro igual. Ya ves, y no es un reloj de oro y diamantes.

Tal vez entonces lo que busques es que sea vistoso. Bueno, la mayoría de los relojes que llevemos hoy en día nadie podrá distinguir si te costó cinco euros o cinco mil, excepto los entendidos en el tema, que tampoco suelen ser personas con las que nos encontremos habitualmente en nuestro día a día (al menos un gran número de nosotros).

La mayoría de los que vean tu reloj, incluso aunque se trate de la exclusivísima y limitadísima serie del GW-T5030 de los mil dólares, no sabrán distinguir si es un GLX-5600 o un simple DW-5600 de apenas cien euros. No es como tener un Lamborghini o un Bentley, que entonces sí, al primer golpe de vista llama la atención.

Pero en tu muñeca, ni llevando un Rolex la mayoría de las personas sabrán distinguirlo, y además con la enorme cantidad de falsificaciones que existen la mayoría de los que te vean probablemente ni se creerán que llevas uno auténtico.

Puede ser que algunas personas lo hagan entonces por satisfacción personal, por ego, por orgullo. Por sentirse altivos o incluso con soberbia por su posesión. Pero quien crea que esto es bueno se confunde. De hecho es aún más malo -y peligroso- que llevarlo por vanidad o para despertar envidias.

Una cosa es sentir pasión por nuestros relojes y otra muy diferente es sentir un apego a ellos con esa soberbia enfermiza que te hace llevarlo como si fueras un devoto, casi rindiéndole culto. Cuidándolo como si fuera tu bien más preciado. Ten cuidado porque acabarás dándote cuenta de que tu bien no vale nada, y que al final acabas solo con el vicio que te has creado y obsesionado por un bien cuyo primera razón debe ser la utilidad y la practicidad. Por supuesto, también la comodidad. En esta sociedad narcisista es muy fácil caer en trampas de ese tipo, porque muchas veces prima más la imagen que los principios, la apariencia que el fondo y la exterioridad que la autenticidad.

Al fin y al cabo los relojes son instrumentos, bellas máquinas, que no deben causarnos quebraderos ni dolores de cabeza. Su fin es otro más simple y sencillo.

Así que no, no es duro, ni malo, ni triste ser pobre por no poder comprarse determinado modelo de reloj. Por no poder comprarse una barra de pan sí, sí es duro ser pobre. Pero no por un reloj. Porque entonces a dónde vamos a llegar.

| Redacción: Zona Casio