Peor que en los ochenta

Para muchos los ochenta fue sin duda la mejor década. La aparición de la música techno, la «movida madrileña» con Tino Casal o grupos como Los Secretos o Mecano, la explosión de «algo» llamado heavy-pop que luego se denominaría AOR, con grupos como Bon Jovi a la cabeza. Películas como «Regreso al futuro» o series de televisión como «V»… La llegada del mundo digital (los primeros ordenadores, y la popularización de relojes de cuarzo y de calculadoras de bolsillo), o los formatos de vídeo y la exploración espacial, con la «era de los transbordadores», anticipaban un futuro prometedor. Todo eso hizo que se crearan enormes expectativas sobre los años venideros. La gente vivía ilusionada, y eso se notaba en la calle y en las formas de relación social.

Los noventa, sin embargo, fue una época que muchos llaman «de transición», de resaca de toda esa borrachera de innovaciones que empezamos a vivir diez años atrás.

¿Quién nos hubiera dicho que no en la década del 2000, sino mucho más allá, bien entrado el siglo XXI, caminando ya hacia el año 2014, la mayoría estaríamos viviendo peor que en los ochenta? No sólo no se cumplieron ninguno de aquéllos sueños, sino que, comparativamente, la tecnología se habría en cierta manera estancado.

Quién nos hubiera dicho que los relojes de los ochenta serían mucho mejores e innovadores que los del siglo XXI, en donde, se suponía, todos iríamos en automóviles voladores y palabras como pobreza, hambre o contaminación no tendrían ya ningún sentido, porque no existiría nada de ello.

Desgraciadamente para nosotros nos encontramos más cerca del futuro insolidario y apocalíptico de Mad Max (otro clásico de los ochenta) que de ningún otro. Quién nos iba a decir que cualquier módulo medio de un Casio de los ochenta superaría, con mucho, a su similar módulo en el presente. Quién nos diría que aquéllos robustas y sólidas cajas de acero y titanio jamás volveríamos a verlas.

Y quién nos diría que los relojes multifuncionales, táctiles, con juegos o músicas serían tan extraños que ahora son los más perseguidos y se han convertido en un referente jamás superado. Lo que estábamos viviendo en los ochenta, sorprendentemente, era el futuro, y ahora estamos moviéndonos en años que más parecen anteriores a los ochenta. La gente vive peor, más burocratizada, más agobiada. Más atosigada. Se las echa a la calle saturados de deudas, se les quitan las medicinas e incluso los derechos de los trabajadores, con tanto esfuerzo conseguidos, se han convertido en un lujo.

Ciertamente que en los ochenta la lacra de las drogas hacían estragos por todos lados: miles y miles de vidas de jóvenes prometedores se llevaron por delante ante la sorpresa, la desidia y la ineptitud de las autoridades. Quizá sea culpa de esas generaciones perdidas por lo que ahora estemos así. Generaciones que, por otras causas -pero por la misma ceguera de las autoridades- peligran también en estos momentos. El problema es que esa pérdida no la veremos hoy, ni mañana. Pero la sufriremos luego. Si continúan las cosas así, con la impasividad social, irremediablemente estaremos caminando hacia Mad Max. Porque las cabezas pensantes que resolverían esos problemas las habremos dejado por el camino. Al final va a ser verdad que acabaremos necesitando nuestros G-Shock. Pero solares, porque de las pilas habrá que irse olvidando. Porque aunque se sigan fabricando, ni siquiera eso podremos pagar.

Pero aunque digan que nadie tiene la culpa de nada, todos sabemos quiénes son esos culpables. Tienen nombres, y apellidos. Viven en sus burbujas de oro. Viven… de espaldas a la realidad. De espaldas a tus problemas.

| Redacción: Zona Casio