La asombrosa paradoja del mundo de la relojería en la actualidad

Imaginaros que hoy, en lugar de ordenadores de última generación, con complejos y pesados programas y con microprocesadores de arquitectura de núcleos, y memorias RAM de varias gigas de tamaño, la gente prefiriese comprar -y usar- máquinas de escribir. Imaginaros que compañías japonesas tan poderosas como Sony, o coreanas como Samsung, así como Acer, Asus y demás, tuvieran que reconvertirse y adquirir compañías clásicas de máquinas mecánicas de cálculo para poder seguir sobreviviendo. Imaginaros que fabricantes como Olivetti fueran los reyes y los que más vendiesen dentro de este supuesto, gracias a su posicionamiento, conocimiento e historia. Y que las tiendas se peleasen por mostrar sus máquinas de escribir mecánicas en sus escaparates y poder venderlas.

Imaginaros que nuestros antiguos Atari, los Spectrum y cualquier Siemens-Nixdorf o Toshiba de los ochenta o noventa, dejados de fabricar hace décadas fuesen, a día de hoy, mucho más superiores y con más funcionalidades que los modelos de ordenadores que lanzaran hoy al mercado. Que los títulos de video-juegos o de software de antaño fuesen más eficientes, estuviesen mejor programados, más completos, más atractivos, mejor diseñados y fueran más ágiles y con más características que los programados ahora, en el 2016, en pleno siglo XXI.

Puede parecer antagónico, puede parecer imposible, puede parecer un viaje en el tiempo, una dimensión tan diferente que nos costaría entender que fuese real. Pero, sin embargo, existe. Y lo estamos viviendo en otro sector, no en el de la informática, pero sí en el de la relojería.

Quienes hayan vivido los años ochenta y principios de los noventa, y se hayan sentido asombrados y encandilados por aquellos relojes que nos hacían soñar con un prometedor futuro, aquellos modelos capaces de informar de la radiación de luz solar, de medir la frecuencia cardiaca, de hacer lectura infrarroja en superficie… Aquellos modelos con bancos de datos con clave, mensajería con recordatorio… aquellos modelos con soluciones tan curiosas y útiles como la REMember, y con alimentación solar, a doble vía o con pilas de larga duración… Aquellos relojes que podían cambiar canales de televisión (¡y aprender nuevos!), hacer llamadas telefónicas solo con oír los tonos, llevar un calendario miniaturizado… Quienes hayan vivido todo aquello y vean lo que tenemos hoy, se llevarán las manos a la cabeza (y con razón) si lo analizan fríamente.

Que hoy los relojes de más éxito sean mecánicos-automáticos, algo inventado hace lustros y cuya historia casi se remonta a la noche de los tiempos es como si, de pronto, decidiésemos arrojar nuestro portátil a la papelera y, por algún hechizo misterioso, quisiéramos -y decidiéramos- recurrir a realizar nuestras labores de oficina en aquellos «trastos» con palancas y varillas que, de cuando en cuando, hasta había que aceitar y desengrasar como si fuera un viejo motor de vapor.

Puedo entender que algunos fotógrafos (aficionados y profesionales) prefieran aún hoy en día usar para algún tipo de fotos o por preferencias personales sus viejas cámaras analógicas con carrete, porque le da a las fotos otro, digamos, plus. Otra expresividad. Pero la mayoría usan -y usamos- cámaras digitales y móviles, por ser más eficientes y polivalentes.

Puedo entender también que haya incluso algunos escritores -gente mayor, sobre todo- que siguen anclados a su vieja máquina de escribir, y con ella escriben sus novelas pagándole luego a otra persona para que las pase a ordenador. Lo puedo entender porque argumentan que el ruido mecánico de las teclas, la atmósfera y el ambiente que se crea o la relajación que les permite poder estar minutos y minutos pensando en la siguiente escena sin el daño moral de tener un ordenador durante horas y horas encendido consumiendo recursos energéticos sin razón, a lo tonto, les ayuda en su proceso creativo. Esto también puedo entenderlo, pero también es cierto que son los menos. Y puedo entender que lo hagan porque prefieran eso a tener que esperar un buen rato a que su PC o su tablet se encienda. O incluso que escriban a mano, con bolígrafo o estilográfica. Eso es fácil de entender. Pero para el resto de las cosas, para escribir una carta, imprimir, retocar, y mil cosas más, la mayoría usan ordenador.

Pero entonces, ¿por qué no ocurre lo mismo con la relojería? Esta es la paradoja. La paradoja de la relojería que, a pesar de contar con los medios (y la oportunidad y experiencia) para desarrollar espléndidos relojes, la gente sigue comprando (y se siguen fabricando principalmente) relojes automáticos con tecnología no ya obsoleta, sino ampliamente superada. Lo más delirante es que, encima, esos relojes están llenos de defectos: son inexactos, son proclives a verse afectados por campos electromagnéticos, impiden mostrar mucha información, son caros de mantener… Pero se siguen usando.

Solo Casio -quizá- ofrece algo más gracias a la evolución de sus Tough-Solar digitales, la única tecnología realmente destacable en más de treinta años de evolución del reloj digital. Por lo demás, tanto en construcción como en funciones, cualquier digital medianamente avanzado de los ochenta supera con creces al mejor digital actual, incluso a modelos más caros. Es como si un humilde PC de sobremesa con discos de 1,44 y sistema operativo MS-DOS u OS/DOS fuera superior al mejor ordenador que hoy hubiera en las tiendas.

Cierto que habría que hacer una salvedad: ahí están los smartwatches, que ofrecen muchas cosas, pero en realidad no dejan de ser una especie de smartphone en miniatura, un Android (o un iOS) al que le han quitado bastantes funciones y capacidades de comunicación para hacerlo más pequeño, le han retirado librerías para que consuma menos recursos, y lo han metido a empujones en un dispositivo pequeño. No es tecnología de relojería digital, al menos no de la que hablamos.

Creo que la razón radica en que, mientras los ordenadores se utilizan para fines profesionales, y hay muchos intereses de gobiernos -y de poderosas compañías- en que se usen masivamente, promulgando y animando su presencia en los sectores y campos más inverosímiles. Los relojes, sin embargo, han perdido su función práctica y son ahora, principalmente, un objeto de adorno. Algo decorativo que se lleva para lucir. A nadie le ha preocupado en estos últimos años que los relojes sean avanzados y, en los noventa, quitando a Casio, ninguna otra marca evolucionaba en sus digitales. Simplemente o seguía con modelos muy básicos, o dejaba de fabricarlos y se iba hacia los analógicos.

La gente no parece entender que un digital no solo puede ser más útil, sino más bonito y lucir como un analógico. Sin embargo el mercado está copado por ese tipo de movimientos y ese formato que parece dar más juego: cambiándole tonos, formas de manecillas y diales, tienes un nuevo modelo de reloj totalmente diferente, aunque siga usando el mismo calibre clónico en miles de variantes. Por eso hay calibres que propulsan a miles de modelos diferentes, y de multitud de diferentes marcas, y sin embargo hay pocos módulos digitales en muchas variedades de relojes de este tipo. Quizá la excepción sea de nuevo Casio, cuyo módulo 593 (el que monta el F-91) da vida a una numerosísima cantidad de modelos.

En esta paradoja que estamos viviendo, quienes logran recuperar, rescatar o encontrar un digital de los ochenta se encuentran que tienen un reloj que, la mayoría de las veces, no encuentra parangón con ninguno actual y, en muchas ocasiones, les supera a la gran mayoría. La tecnología de la Primera Era supera a la posterior, algo que no recuerdo haya ocurrido muchas veces a lo largo de la historia (las armas de fuego superan a las armas blancas, los automóviles a los caballos, los aviones supersónicos y a reacción a los de hélices, etc.). Sin embargo en relojería, ocurre justo al revés. Si nos vamos a los digitales con display LCD, no hay reloj actual que supere a aquéllos de sus primeras épocas. Una tecnología del pasado que se ha dejado de fabricar, que sólo existe en nuestra memoria y en amarillentos papeles de catálogos, y sólo así podemos comprobar que era cierto que hubo un tiempo en que realmente esa tecnología se vendía. Ahora no es posible encontrarla. Ahora nadie la fabrica. Ahora sólo algunos pueden soñar con ella (otros ni siquiera saben que existió, y las nuevas generaciones la ignoran completamente). Ahora ha caído en el olvido, como si alguien -misteriosamente- tratara de hacérnosla olvidar. Ahora es un asombroso recuerdo.

Cuida tu digital amigo. Como esto siga así va a ser lo único en pie de un mundo pasado ya totalmente olvidado.

| Redacción: ZonaCasio.com