En zonacasio iniciamos una serie sobre relojes tácticos de G-Shock: recomendaciones, consejos, qué modelos cumplen ese cometido, y cuáles son los ejemplares que podrán marcar la diferencia para, en casos extremos, ser útiles no solamente a ti, sino también poder cuidar de los tuyos.
Vamos camino de los tres años de pandemia mundial, las autoridades han dicho que «hasta aquí hemos llegado» y ahora que sálvese quién pueda; fuera mascarillas y cualquier protección, vacunas solo para ciertos individuos, antivirales sólo en ciertos casos graves, y el resto a fingir que no pasa nada que hay que salvar la economía y comprar armas para enviar a Europa del Este, que son muy caras y de algún sitio tienen que sacar el dinero. De nuestro trabajo, por supuesto. Como siempre.
La inflación está disparada, los precios suben un 8, un 10 y en algunos casos se han incrementado hasta un 11%. Los combustibles están por las nubes, los productos básicos, la energía, la luz, el gas… Ni los más ancianos del lugar recuerdan unos niveles tan elevados de despropósito.
Desde los territorios más cercanos se levantan aires de guerra, llegan oleadas de refugiados que han salido de sus casas donde antes de ayer vivían una vida normal, en un ambiente occidental. Cogían el coche por la mañana para irse a trabajar, compraban en el supermercado como tú y como yo. Salían al cine o al bar a tomar una cerveza y relajarse. Y al día siguiente tuvieron que irse corriendo y meterse en un tren hacia lo desconocido con lo puesto
Todavía disfrutamos de una serie de privilegios que despistan nuestra conciencia: encontrar fruta y verdura cualquier día de la semana, que el sol salga y no queme en diciembre o que podamos bañarnos en el mar, entre otros.
Celia María Asencio Bonilla, columnista
El reloj táctico en el contexto de 2022
Rusia amenaza con un ataque nuclear a escala global; desde Estados Unidos se advierte que una guerra mundial es una posibilidad real, y el presidente de Hungría insiste en que hay muchas papeletas de que el conflicto se extienda por toda Europa. No es la primera vez que sucede. En la II Guerra Mundial estadounidenses y rusos vivían plácidamente, ajenos al conflicto que allá lejos, en Alemania, se desataba entre vecinos. Como si no fuera con ellos. Bebían, reían, bailaban… Incluso en España, inmersa por aquel entonces en una sangrienta guerra civil, se enviaba a los niños a la plácida Rusia para alejarlos del conflicto. Hasta que de un día para otro las bombas cayeron también sobre ellos.
Quién nos iba a contar que nos teníamos que enfrentar a esto en nuestras vidas. Quizá de la noche a la mañana nos tengamos que sacudir el polvo y también largarnos con lo puesto hacia un destino incierto. No pienses que te vas a librar por ser joven, por estar bien de salud, por tener un buen sueldo o por ser anciano o un jubilado. La guerra no atiende a razones, nadie está libre de ello. Quizá pienses que eres ya muy mayor y que no estás para irte a ningún lado, que ocurra lo que te ocurra, te quedarás donde estás. De acuerdo, puede ser. Pero eso no evitará que las bombas caigan a tu alrededor, que la rapiña y el hambre te alcancen. Que tengas que salir a buscarte la ración diaria de comida al puesto de la Cruz Roja o al monte. Que te visiten oleadas de saqueadores que no atienden a razones ni a leyes.
Y si eres de los que se tendrán que alistar, de los que obligatoriamente, quieran o no, tendrán que empuñar un arma y matar al vecino con el que anteayer no tenías ningún tipo de problema -que se lo digan a los ucranianos: de estar dando clases de matemáticas en un instituto, pasaron a arrastrarse entre trincheras con ropa de camuflaje-, vivirás los desastres y la barbarie de la guerra en primera persona. Tal vez, sin embargo, en tu caso te toque meterte en un búnquer oscuro, húmedo y maloliente día sí y día también, escuchando cómo misiles y bombas caen a diestro y siniestro, silvan en torno a nosotros y hacen temblar las paredes varias veces al día, amenazando con derrumbarse sobre nuestras cabezas y aplastarnos como sardinas en lata en cualquiera de esos momentos.
O tal vez debas viajar lejos, a lo desconocido, separarte de tus seres queridos, de tu mujer, de tus hijos… De tus padres. Meterte en un tren y terminar en a saber qué agujero tras superar innumerables obstáculos, check-points, puestos fronterizos, incluso zonas minadas. Quién sabe.
Quién sabe.
Pero lo cierto es que todo esto es más real hoy que nunca. Quién nos lo iba a decir, ¿verdad?
Aunque parezca un poco simplista y maniqueo, me he dado cuenta de que el mal existe. Se manifiesta golpeando a un anciano, matando a un niño a sangre fría, dejando morir de hambre a alguien o violando a una mujer. El mal puede llevarse a cabo de manera individual y también puede llevarse a cabo de manera ciega y colectiva. Cuando Putin decide algo que repercute negativamente en millones de personas, es la representación del mal.
Cristina Cerrada, escritora
Un reloj listo para la batalla
De cualquier manera necesitarás un buen reloj. No, no ese reloj que te ponías para salir a pasear con los niños, o para fardar en la disco con las chiquillas, o para irte a jugar en el parque con los colegas del barrio, o salir a entrenar y hacer deporte. No, no ese reloj. NO ESE.
No ese reloj que te costó miles de miles de euros y que te va a dar un disgusto porque te cortarán el brazo por conseguirlo. No ese reloj que necesita conectarse a un smartphone a cada rato porque sino no hace nada, y recargar su batería con un pulcro enchufe y una base sin contacto muy linda. No ese. No ese reloj que te decía si habías dormido bien o cuanto consumo de calorías lograste perder. No ese. No ese, porque realmente vas a perder muchas calorías, no va a ser necesario que nadie te lo haga ver. No ese reloj que te ponías los domingos o para los más lustrosos eventos sociales y que tienes que andar meneando con tu bracito para que funcione. No, y definitivamente no. No ese.
Vas a necesitar un reloj aguerrido. Vas a necesitar un reloj «de combate». Vas a necesitar un reloj fiable. Vas a necesitar un reloj robusto y leal. Vas a necesitar un reloj completo, poderoso, autónomo y expeditivo, capaz de meterse en líos y no quedarse temblando ni «salir por patas» y dejarte colgado. Vas a tener que meter mano a tu cajón de relojes y sacar de él ese modelo de reloj para un mundo terrible en donde el caos y la sinrazón empiecen a ganar terreno, porque con él tendrás que consultar horarios, te acompañará en largas esperas, en frías noches, en tensas desventuras; en interminables caravanas y aglomeraciones de gente.
Antes de largarte al refugio o al destierro, junto con tu bolsa de medicinas coge también tu reloj de batalla. Quién sabe cuándo podrás regresar.
Mientras a tu alrededor se lee el miedo escrito en la cara de los más inocentes, las fábricas para la guerra producen armas a marchas forzadas. Y eso es lo peor que puede ocurrirle a una sociedad: que quienes más ganen, sean los fabricantes de armas. Las altas torres de sus factorías echan humo como si no hubiera un mañana, acumulando arsenales cada vez mayores para unos contendientes cada vez más enloquecidos.
Así que quieras o no vas a necesitar desempolvar tu reloj para tu particular apocalipsis. Porque te va a hacer falta.
Vas a necesitar un reloj de los de «cuidado, que muerdo».
Vas a necesitar un reloj táctico.